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50 cuentos para entendernos mejor, de Teresa Durán

50 cuentos para entendernos mejor, de Teresa Durán

Este libro es un compendio que reúne 50 cuentos tradicionales de distintas épocas y lugares, narrados por la prestigiosa escritora e investigadora Teresa Durán. Dividido en cinco secciones, en razón de su categoría temática, congrega cuentos muy populares entre los lectores y otros menos conocidos. Cada relato aparece precedido por una introducción que lo vincula con temáticas, emociones y comportamientos que ayudan a entender el mundo de hoy. Medio centenar de cuentos de distinta tipología y procedencia que acercarán al lector a la comprensión de la realidad, ya sea a través de una lectura autónoma o compartida con los adultos.

Zenda adelanta la introducción de 50 cuentos para entendernos mejor (Edelvives).

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Presentación

Ante el título de este libro que el lector tiene en sus manos habrá quien piense que hay que ser muy pretencioso —o muy corto de luces— para presentar en público las cincuenta recetas —supuestamente garantizadas— que nos permitan a todos entendernos mejor desde hoy en adelante, y hasta el fin de los tiempos.

La humanidad lleva millones de años intentando comprender cómo funciona el mundo y aún hoy no hay nadie que lo entienda de pe a pa. Nosotros tampoco. No tenemos ni idea ni deseábamos abarcar tanto. Solo pretendíamos depositar en manos del lector cincuenta modos de explicar algunas certezas tan importantes como sencillas de contar, y que nos afectan en nuestro quehacer cotidiano, con el convencimiento de que para acercarse a la comprensión de la realidad no hay nada mejor que la ficción.

Actualmente la ficción utiliza muchos soportes de transmisión, pero nos decantamos por la manera más ancestral de todas, la que emana de la tradición oral bajo la forma literaria de cuento. Sí, sabemos que la palabra «cuento» se usa como sinónimo de paparrucha o embuste…, ¡pero hay tantas modalidades de cuentos! Hoy por hoy, toda publicación ilustrada y destinada al público infantil se designa erróneamente como «cuento». ¡Qué pena! ¡Con lo fascinante que resulta la oralidad!

Mucho antes de la existencia de la imprenta, de la existencia del libro e incluso mucho antes de la existencia de la escritura, la oralidad ya satisfacía los anhelos de entender el mundo y sus circunstancias en los distintos pueblos y etnias de la Tierra. Cada comunidad explicaba estas historias a su manera, con los elementos y protagonistas que les resultaban más familiares y, por ello, aunque el núcleo y la estructura argumental de muchas de ellas eran los mismos en todo el orbe, sus personajes, formas y maneras variaban de un lugar a otro. Esto ocasionó que hubiese distintas versiones de un mismo relato, a veces ubicadas en puntos geográficos muy distantes.

La narrativa de tradición oral puede clasificarse tipológicamente siguiendo un orden de aparición en escena, que va desde aquellos relatos que hoy casi solo nos llegan por escrito hasta aquellos que aún se mantienen vigentes en corros y tertulias:

  • Mitos y leyendas: relatos que transcurren en un mundo anterior al actual, en el que fuerzas telúricas y personajes legendarios llevan a cabo magnas gestas épicas, de las cuales se derivan creencias religiosas que contribuyen a dar un sentido de pertenencia a una determinada sociedad o comunidad étnica.
  • Tradiciones cosmogónicas y etiológicas: relatos en los que, a partir de una lógica popular, se explica el origen de un hecho observable a simple vista, y cómo lo que ocurrió aquella única y primigenia vez determina que las cosas se produzcan siempre así.
  • Cuentos maravillosos: relatos con elementos fantásticos donde se entrecruzan personajes de un mundo real pero indeterminado (príncipes, pastores, cazadores…) con personajes de un mundo irreal y genérico (hadas, ogros, duendes…) cuyos prodigios propician la felicidad de los primeros.
  • Cuentos de animales: relatos que utilizan a los animales como máscaras del comportamiento humano hasta convertirlos en arquetipos caracterológicos. Cuando estas narraciones tienen un propósito aleccionador moral se las denomina fábulas o apólogos.
  • Cuentos de costumbres: relatos sin estructura narrativa fija en los que se expone la habilidad de su protagonista para salir airoso o airosa de una peripecia cotidiana dentro de una sociedad rural. También se los designa como chascarrillos o facecias.
  • Casos o chistes: Relatos muy breves, cómicos, obscenos o absurdos, que pueden estar atribuidos a personajes concretos y reales o ser totalmente genéricos.

De todas estas tipologías hay alguna muestra en esta antología, y lo más juicioso hubiese sido ordenar los cincuenta cuentos por este orden académico, pero —¡vayan ustedes a saber por qué!— preferimos hacerlo agrupándolos en cinco bloques que permiten observar algunas de las relaciones que es posible establecer en este mundo.

Un mundo en el que hay personajes fuertes y potentes que se contraponen a otros mucho más frágiles y endebles. La razón podría dictar que lo más fuerte tiene prioridad sobre lo más débil, ¿verdad? Pero entonces este mundo estaría regido solo por la ley del más fuerte. ¡Ah, no! Cuentos hay que demuestran lo contrario y que contribuyen a que los niños y niñas (que a menudo se sienten disminuidos frente a los mayores o a la misma naturaleza) alienten alguna esperanza o incluso adquieran la firme creencia de que semejante ley no es la mejor ni la única de las normas que nos guían.

Dichas normas permiten apreciar que hay prácticas buenas y malas en el modo de relacionarnos unos con otros. Desde que nacemos hasta que adquirimos la noción de lo que está bien y lo que está mal pasa un montón de tiempo, en el que nos irá de perlas entender por qué determinados comportamientos resultan beneficiosos tanto para nosotros como para los demás y por qué hay otros que no consiguen más que embarullarnos la vida.

Lo más bonito y fascinante de la vida son las relaciones afectivas que establecemos con nuestros semejantes. ¡Hay tantos tipos de afectos! La amistad fraternal, el amor paterno, el amor filial, el amor sinceramente correspondido son tan inconmensurables como incontestables, pero no hay que olvidar que también existen los amores platónicos, los amores imposibles, los amores incestuosos y los falsos amores, porque de todo hay en este mundo…

Un mundo donde cada decisión o cada acto tiene sus consecuencias. Esta es la pauta de cualquier narración: establecer cómo, quién, cuándo y por qué ocurrió lo que se cuenta. Y si esto se expone de una manera clara y directa, mejor. La literatura de tradición oral es muy sabia a la hora de relatar la relación entre causa y consecuencia con una gran economía de medios, saltándose explicaciones que resultarían seguramente inaccesibles para las mentalidades más ingenuas.

Y acabaremos con una muestra de aquellos cuentos donde se exalta la capacidad ingeniosa del ser humano, cuya inteligencia lo faculta para el humor, la deducción, la invención, la picardía y otras competencias basadas en la facultad específicamente humana de la imaginación, que constituye la base de la creatividad, ya sea artística, técnica o científica.

A partir de aquí hemos establecido los cinco apartados que ordenan los cuentos de este libro, pero que nadie vaya a creer que los cinco bloques son incompatibles entre sí. Algún cuento hay que ha motivado dudas acerca de dónde ubicarlo, porque ejemplificaba tanto un tipo de relación como otra, de modo que es mejor leerlos como un sistema de conjuntos tangentes que como una taxonomía excluyente.

La pregunta es: ¿cómo han llegado estas historias hasta nosotros? Confesamos que muy pocas de ellas nos han llegado de viva voz, tal como fueron creadas y divulgadas originariamente, porque el arte de contar cuentos de manera oral se va perdiendo. De ello se dieron cuenta muchos sabios a partir de la Ilustración, cuando nacieron ciencias tan precisas como la filología, la antropología o el folclore. Algunos de estos científicos se dedicaron a recopilar tan rico patrimonio, transportándolo de la fuente oral de donde procedía a un soporte escrito. Por esto hablamos de los cuentos germánicos de los hermanos Grimm, del ruso Alexander Afanasiev o del hispanista Aurelio Espinosa, aunque ninguno de estos importantes personajes creó cuento alguno, sino que simplemente no dejaron que cayeran en el olvido. Otra cosa es recrearlos con voz propia, como ya habían hecho Jean de La Fontaine (que puso en verso muchas de las fábulas de Esopo o del Panchatantra hindú) o Charles Perrault (que versionó en prosa exquisita los cuentos tradicionales para deleitar a las preciosas ridículas de la corte). Y una tercera cosa es crearlos, basándose tanto en el conocimiento de las estructuras y arquetipos del cuento tradicional como en la conciencia de que este tipo de historias breves y sencillas resultan sumamente atractivas para los niños y niñas, como hizo el gran Hans Christian Andersen o como intentan hacer cientos y cientos de escritores —mal denominados infantiles— hoy en día.

Ciertamente este libro podría estar confeccionado con las versiones escritas originales de todos los fabulistas, recopiladores y autores citados, pero la complejidad de los engranajes de los derechos de autor unida a la dificultad de ciertas traducciones y de su lenguaje hicieron que la editorial tomase la opción de buscar a alguien que adaptara estas historias a su manera, que no es otra que la mía, ya que yo soy la única causante de los estropicios, errores y desvíos que se le puedan imputar. Mea culpa.

Intenté que fuesen cuentos de distinta procedencia geográfica, de distinta tipología e incluso osé presentar un par de ellos con los recursos de la poesía y el teatro. Mea culpa. También puede reprochárseme el uso de ciertas palabras de mal gusto según los más puristas. Otros lectores, que supongo adultos, me echarán en cara la abundancia de personajes masculinos o de supuesta sangre azul. Mea culpa. Aunque compungidamente les rogaré que no se tomen tan al pie de la letra lo que dicen estas historias cuyos protagonistas responden más a un arquetipo literario que a la cruda y pura realidad. Certifico que ninguno de estos reyes, princesas, leones o brujas gobernaron o existieron jamás de los jamases. Se trata de la fecunda economía de medios que emplean las ficciones literarias en las que príncipes, reyes o dragones no son más que palabras superlativas. Su carácter simbólico es lo que hace tan comprensibles unas historias que dirigimos principalmente a la infancia, cuando el juego es también tan simbólico como atractivo. Algunos niños leerán estas historias por sí solos, otros preferirán que se las lea alguien mientras ellos se deleitan con las ilustraciones, y puede ser que algunos se atrevan incluso a representarlas de viva voz. Mea grandísima culpa. Lo que ocurre es que, aun sabiéndome culpable de todo ello, no me arrepiento. ¡Mecachis!

Teresa Durán

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Edición: Teresa Durán. Ilustradora: Marion Arbona. Título: 50 cuentos para entendernos mejor. Editorial: Edelvives. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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